"¡Ayuda! ¡Ayuda!" Ese grito desgarrador. Expresaba desesperanza en encontrar esa ayuda solicitada, aunque igual se intentaba pedirla. Parecía voz de mujer, pero no se puede afirmar con seguridad, la lejanía, y lo gutural de la voz impedían saberlo a ciencia cierta. Hacía calor, era una noche pesada, el aire parecía estar completamente quieto. Y a pesar de que era una zona céntrica, y que generalmente a la madrugada solía escucharse algo de bullicio, se hizo un silencio sepulcral antes de escuchar esos gritos. "Las 3 am", pensó Juan. "Otra vez", concluyó. A la mañana, cuando sonó el despertador, ya lo estaba esperando para apagarlo. Con desgano, pero con decisión, se levantó de la cama, se bañó, tomó el desayuno y salió para el trabajo. En el camino, volvía a su mente ese grito desolador. "¡Ayuda!". Sabía que la noche pasada de desvelo y esa pesadilla recurrente, le iban a costar un par de horas de terapia. "Que cara tenemos hoy", dijo S