La oscuridad, no saber donde se pisa, no saber la dirección en que uno se mueve, no tener precisión de donde va a terminar el camino. No es que uno ande a tientas por voluntad propia. Simplemente hay días que parece que todo se desmorona a nuestro al rededor sin saber como seguir. En realidad, uno sabe cómo seguir, como siempre hizo, un pie primero y después el otro. Sin saber la motivación que lo lleva a hacer eso, solo continuar, levantarse si uno cayó, sujetarse si tropezó, pero siempre con el mismo fin, primero un pie y después el otro. Eso que nos enseñan de pequeños y queda encerrado en nuestro interior sin que nadie lo pueda arrancar. Seguir, continuar. Hay días grises, lluviosos, que hacen mella en nuestra voluntad de madera, y aunque sea la de mejor calidad, el agua afecta. Si una inundación nos llega, nos puede arrastrar, llevar a lugares inciertos, desconocidos, con peligros inminentes solo vistos por nuestros ojos y los de nadie más. Miedos que no se pueden compartir, no
Perdernos, estar sin un rumbo, saber adonde queremos ir pero no conocer el camino suele causarnos desolación, abatimiento, y, hasta en algunos casos, no encontrar la salida puede acabar con nuestra vida, o peor, con nuestra esperanza. Podemos perdernos de manera literal, física, cuando en un lugar que no conocemos nos alejamos de la civilización. Solos, en un lugar desconocido, somos presa fácil del desánimo, de la desorientación, del hambre, del frío, del calor. Si la situación no se remedia en poco tiempo, salvo excepciones, podemos sucumbir a los peores enemigos, entre los cuales se encuentra la muerte. Sin embargo, perderse en un mar de emociones puede ser igual o más devastador que perderse de manera física. Y el mayor inconveniente es que puede ser que nadie se dé cuenta de que estamos perdidos, a la deriva. Sin ayuda, sin rumbo, sin destino al cual llegar, enemigos más crueles que la muerte pueden asaltarnos, como la desesperanza, la desolación, el remordimiento, hasta el odio